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2025-06-25

Columna de Arturo Núñez: “Codo de tenista”

La epicondilitis, o codo de tenista, es una dolorosa lesión bastante común.

Años atrás, muchos jugadores usaban una pulsera de cobre, para evitarla.

Pero no me referiré a esta dolencia, de difícil y larga recuperación, desde el punto de vista médico.

Lo haré como alguien que la padeció, de forma severa.

Cuando me lesioné llevaba tiempo con algunas molestias, producto de las horas que pasaba a diario en cancha, como profesor de tenis.

Los dolores se agudizaron al usar pelotas duras, al nivel de no poder tomar la raqueta.

Por lo tanto, en las clases, debía lanzar las pelotas con la mano.

Comencé un tratamiento kinésico, pero tras quince sesiones no vi progresos, lo que me alarmó.

Y decidí infiltrarme.

Me convencieron que se trataba de una excelente y rápida solución.

Sin embargo, averigüé que los corticoides inyectados podían provocar, a la larga, el deterioro de los tendones.

Así que la descarté.

También probé un método natural.

Un amigo me aseguró que se había curado, poniéndose en las noches una hoja de repollo sobre el codo, envuelta en film plástico.

Fue un fracaso: la zona transpiraba demasiado, y el repollo olía pésimo, dejando una marca negra en la piel, por lo que deseché esa opción.

Además, intenté con acupuntura, que me ayudó poco, e inyectándome ketoprofeno, cuyo alivio era eficaz, pero solo momentáneo.

Mi única esperanza, entonces, era la kinesioterapia, que nunca abandoné.

En la sesión número treinta sentí una leve mejoría.

Poco después ya era capaz de tomar la raqueta, aunque solo podía golpear con el derecho.

Cambié mi raqueta por una más flexible y liviana, utilicé cuerdas más delgadas con baja tensión y agregué un soporte para epicondilitis en el brazo.

Tras la sesión número sesenta y cinco estaba casi recuperado.

En resumen, asistí a ochenta y cinco sesiones de kinesioterapia durante un año (nunca dejé de dar clases, para poder pagar el tratamiento).

Y no han vuelto las molestias.

Me traté en el centro kinésico de mi Isapre, por lo que no significó una catástrofe económica para mí.

Espero que mi experiencia les dé ánimo a los tenistas, que padecen hoy esta dolencia.

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