
2025-11-10
Columna de Arturo Núñez: “La felicidad”
Estando en un parque, vi que un padre jugaba tenis con su hijo sobre el maicillo y sin red.
Sus raquetas eran viejas y su nivel no era bueno.
Se paraban demasiado lejos el uno del otro; su técnica era rústica; la superficie era irregular, y golpeaban la única pelota que tenían con excesiva potencia.
Por lo anterior, fallaban seguido.
Estuve tentado de aproximarme y proponerles que se ubicaran más cerca el uno del otro, y que golpearan la bola más despacio.
Pensé en enseñarles a tomar la raqueta correctamente.
Contemplé explicarles que debían esperar la pelota sujetando la raqueta por el cuello, con la mano libre.
También consideré hablarles de la existencia de redes pequeñas, pelotas de baja presión y canchas reducidas, que vuelven todo más fácil.
Pero me contuve, porque nadie había pedido mi opinión.
Además, me di cuenta que eran felices y disfrutaban jugando así, con sus propias reglas.
Mis explicaciones los hubieran acercado a un tenis más formal, más correcto, más rígido, más técnico, más complicado, más ambicioso, más competitivo y menos libre.
Sentí que por ayudarles los hubiera perjudicado, al mostrarles un mundo más complejo que ellos no sabían que existía, y que no necesitaban conocer para pasarlo bien.
Intuí que mis sugerencias hubieran roto la magia que existía entre ellos al jugar tenis a su manera, sin ataduras, lo que hubiera sido imperdonable.
Quise enseñarles, pero hubiera sido un error enorme, pues atentaba contra su inocencia al jugar tenis.
Ellos no me necesitaban.
Porque ese padre y su hijo jugaban sin puntos, ni marcador, sin competencia, sin ganadores, ni perdedores. Sin mejores, ni peores tiros. Ninguno quería ser superior al otro.
Nada de eso les importaba.
Comprendí que ese padre y su hijo jugaban tenis solo por el placer de realizar una actividad juntos y divertirse, acumulando momentos inolvidables.
Percibí que para ellos el tenis iba a ser siempre un juego, que amaban de verdad.
Así que en vez de enseñar me senté a aprender, contemplando en silencio cómo se puede ser inmensamente feliz jugando tenis con una sola pelota, en una plaza.
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