Pedro Carcuro, Pietro, dijo que el chileno es flojo, que nos falta voluntad para que el trabajo nos lleve a una medalla olímpica, que tenemos infraestructura pero somos campeones olímpicos en rayuela corta y carrete, y en el algo tiene razón, nos gusta el hueveo, nos gusta la fiesta y nos cuesta un mundo mover la cuerpa para salir a trotar, nadar o lo que sea.
Pero este es un problema integral, del país completo, no sólo es culpa del carrete, es la responsabilidad de un modelo de sociedad y de la función del Estado; si no, no se explicaría que no obtengamos ninguna medalla en un deporte no profesional desde 1988, cuando en Seúl, Alfonso de Uruarrizaga se quedó con la plata en el tiro Skeet, y desde ahí hacia atrás nos tenemos que remontar 32 años hasta Mebourne, con las glorias de plata de Marlene Ahrens en el lanzamiento de la jabalina y Ramón Tapia en el boxeo, además de otros dos bronces ganados en el ring. No cuento aquí al fútbol de Sydney 2000 y los oros del tenis en Atenas, porque ¿Se pueden atribuir esos éxitos a una preparación olímpica? El tenis –donde los caminos promisorios de Massú y Gónzalez se debieron a inversiones familiares- es parte del circuito de la ATP, y el fútbol es el fútbol, jugadores de sueldos millonarios que encuentran en las olimpiadas una parada más del calendario comercial organizado por clubes y federaciones.
¿Por qué valemos tan callampa? ¿Por qué los comentaristas dicen al final de la presentación de un chileno que no pasó a la final: “está bien, lo que se les pide es que mantengan sus marcas”? ¿Por qué conformarnos con un mantenimiento de marcas mientras en el salto triple Colombia y Venezuela, oro y plata, se convierten en la primera vez en que Latinoamérica se queda con el oro y plata en una competencia del atletismo? ¿Por qué Argentina ya lleva dos oros y nosotros depositamos la fe en un niño de dieciséis años por el que el país apostó nada? Y se le recibe, muy bien hecho, con cientos de ariqueños en el aeropuerto, porque lo de Ricardo Soto es una proeza, y eso es lo que da pena y rabia.
Chile depende de proezas, de milagros que nos hacen llorar, de una pícara y aguerrida arrancada de un niño sin inversión, de la gracia de un suplementero en un maratón, del salto de un caballo de Carabineros o del Ejército, y pare de contar. No hay ningún deporte, en la historia de Chile, que haya dado una medalla fruto de una planificación deportiva del Estado, de la inversión de una federación para formar deportistas durante décadas.
Todo es una proeza, todo es milagro o esfuerzo familiar, todo es el sacrificio de una nadadora que habla con acento argentino porque en Chile no tiene piscinas; nadadora, Kristel Kobrich, a la que después no tenemos cara para pedir explicaciones por no pasar a la final de la categoría en la que es especialista mundial.
Todo es esperanza en darle el palo al gato, en que se caigan los favoritos, en que se enfermen las potencias, en que le pillen doping a los rusos, porque la costumbre de la historia nos demuestra que las esperanzas no están depositadas en un modelo, porque no hay modelo.
Entrenar es caro, es dejar la casa y casi vivir en un internado de alto rendimiento, es enfrentar la frustración de postular a fondos y terminar dependiendo de la caridad de Farkas, porque en Chile los millones llegan recién cuando hay resultados, es tomarle el gustito a una disciplina a los veinticinco años, después de todo el colegio perdido en clases donde la educación física es jugar a la pelota, es superar la traba de no contar con una pista atlética en toda la comuna, es tener que atravesar ciudades para encontrar una piscina temperada, porque la del municipio está reservada para sanar el dolor de huesos de los abuelitos. Es encontrar clubes como agujas en un pajar, sobreviviendo en poblaciones como salvavidas ante la voracidad de las drogas con nula ayuda del Fisco.
Muchos se ríen de Cuba, la critican por pobre y dan cátedras sobre su democracia, pero en Cuba, donde no hay niños desnutridos, donde la calidad de vida va de la mano con el deporte copando las plazas, hacen más con menos, y se preparan para llegar cada cuatro años con decenas de posibilidades de ganar posando su esperanza en el trabajo propio, no en los avatares del destino, sino en la consecuencia de una idea de país que los mantiene como los latinoamericanos con más preseas en la historia, 208 -72 de oro- doblando a su más cercano perseguidor, Brasil.
Los chilenos, en tanto, seguiremos rezando con el medallero en cero, apostando al batatazo de Bárbara Riveros, asentada en Europa, o a la sorpresa del taekwondista Ignacio Morales. Ojalá así sea, porque ya se acabó la historia de Río para 36 chilenos, incluida Erika Olivera, formada en el maratón dando vueltas a la manzana y hoy celebrando ser la única mujer en el mundo en completar cinco maratones olímpicas, ninguna medalla, pero cinco circuitos completados a puro sacrificio.
Bella metáfora de lo que somos, haciendo historia con el sudor del sacrificio, con el cumplir más allá de lo común, cumplir hasta viejos y viejas, lejos de la gloria del podio, pero cerca del orgullo que significa caminar hasta más de lo que las propias condiciones del país permiten, un país que mantiene en alza el sobrepeso y la obesidad, de la mano de un PIB que no alcanza para ilusionarse con la felicidad del oro, salvo con la eternidad de los milagros.
Por: Richard Sandoval
Fuente: Noesnalaferia.cl