Muchos creían que Nicolás Jarry volvería de los Juegos Panamericanos con una medalla en singles, sin transpirar ni despeinarse.
No fue así, y arreciaron las críticas y descalificaciones feroces.
Pocas semanas antes ganaba su primer título ATP, habiendo sido alabado por todos sin reservas.
Contraste total.
Christian Garín vive la mejor temporada de su carrera. Sin embargo, perdió algunos partidos en primera ronda y se habló de inmediato de una crisis.
Nunca existió tal crisis, sino que se trató de los vaivenes propios de encontrarse inmerso en la elite del tenis, donde todos los partidos son extremadamente duros. Ahí, cualquiera le puede ganar a cualquiera.
Las situaciones descritas suscitaron un cúmulo de juicios apresurados. Ambos tenistas pasaron de ser los mejores a los peores, en un abrir y cerrar de ojos.
Esto se explica porque el chileno, en general, es bastante impulsivo.
Un amigo me dio el siguiente ejemplo que grafica este rasgo de personalidad: el individuo promedio de carácter impetuoso del que hablamos, se levanta un día con la idea que sería bueno hacer un poco de ejercicio y cuidar su salud. Se inscribe en el gimnasio y paga todo el año. Asiste unos meses con un entusiasmo desbordante, pero empieza a fallar y luego desaparece para siempre, como si se lo hubiera tragado la tierra, a causa del frío, el trabajo, la falta de ánimo o cualquier otro obstáculo que boicotea su frágil plan inicial.
¿Conoce a alguien que haya hecho algo parecido? ¡Seguro que sí!.
La impulsividad lleva tanto a tomar decisiones poco pensadas, como a emitir opiniones sin mayor reflexión. Y como esas determinaciones y juicios carecen de fundamentos sólidos, pues no ha habido tiempo de meditarlos bien, son fácilmente modificables ante cualquier estímulo.
Los deportistas, por su lado, se rigen por otra lógica. Habitualmente, tienen muy claro que la impulsividad es enemiga de la estabilidad y los procesos.
Durante su carrera, un tenista aprende a ponerse siempre de pie tras una derrota o fracaso, sin perder de vista su objetivo. Para él, las dificultades no son más que baches normales de los que consta todo camino. Si el jugador se dejara llevar por un arrebato, creería que es el peor cada vez que no sale victorioso y desearía retirarse, lo que por suerte no ocurre.
Un deportista piensa a largo plazo. Los procesos hay que sostenerlos, lo que se logra con convicciones firmes, prudencia y equilibrio.
Christian Garín y Nicolás Jarry son siempre los mismos. Se trata de jugadores de mucha calidad, compitiendo al más alto nivel, que no son perfectos cuando triunfan, ni mediocres las veces que no lo consiguen. Nadie puede ganar siempre.
Lo que tampoco cambia es la impulsividad de una porción de los aficionados y un sector del periodismo.
Los simpatizantes excesivamente entusiastas, y una parte de la prensa a la que le falta ser más ponderada, se dejan llevar por la inmediatez de cualquier resultado, por la ausencia de reflexión y cultura deportiva.
Se activa una sobre reacción, que los hace caer en el halago desmedido o la crítica despiadada ante el menor estímulo. No se dan cuenta que la carrera de un tenista se asemeja más a una maratón, que a los cien metros planos.
Así son los bipolares crónicos.
Arturo Núñez del Prado
Profesor de Tenis
Periodista
arturondp@gmail.com