“Los entrenadores que hablan demasiado sobre lucha y garra, es porque no tienen mucho qué enseñar”.
El otro día leí esa frase, que me impulsó a escribir esta columna sobre algunas de las virtudes fundamentales que, para mí, reúne un buen profesor de tenis.
De partida, concuerdo con la afirmación que encabeza el texto.
El aspecto motivacional resulta relevante en extremo, pero no hay que olvidarse que pasamos años en el fútbol, por ejemplo, escuchando mil arengas como “vamos a trancar con la cabeza” y otras similares, sin ganar absolutamente nada.
Hasta que llegó Marcelo Bielsa, quien dotó a los jugadores de herramientas tácticas, concretas, que les permitieron elevar su rendimiento de manera sustancial, y conseguir resultados.
Entonces, el aspecto emocional debe ser trabajado a la par con lo técnico, táctico y físico. De hecho, si estos tres últimos elementos no se encuentran en niveles al menos aceptables, da lo mismo que el tenista se tenga una confianza enorme y esté motivado, ya que no cuenta con las armas mínimas para competir y, menos, triunfar.
“El profesor no solo debe enseñar cómo se hace, sino cuándo se usa y para qué sirve”.
Esta aseveración, cuyo autor al igual que la del primer párrafo desconozco, se refiere a que no basta con describir la técnica de un golpe determinado, sino que hay que especificar en qué situación se utiliza y cuál es su objetivo.
Si todo solo gira en torno a lo técnico, el pupilo quedará estancado en la etapa de impactar la bola, sin entender realmente el juego, ya que no se encuentra en condiciones de discernir cuándo escoger un cierto tiro, de acuerdo a las circunstancias que enfrenta.
Puede que tenga todos golpes, pero seleccionar el idóneo resulta complicado. En este escenario específico, administrar riqueza es más complejo que la gestión de la pobreza, ya que si un tenista cuenta con escasas variantes, no se le presenta ningún problema a la hora de elegir qué hacer.
El coach también tiene que mostrar lo que está pidiendo, por cuanto una explicación únicamente teórica es siempre más aburrida y difusa que una de índole práctico, que ofrece al deportista la posibilidad de observar para comprender y, luego, imitar.
Si un jugador cuenta con un técnico capacitado, cuándo se formula la pregunta “¿qué aprendí hoy?”, siempre surge una respuesta.
No es lógico que después de una clase, el alumno se vaya igual que como llegó. Si no siente que de alguna manera mejoró, no parece que haya valido la pena asistir y pagar la sesión.
Un profesor de tenis interactúa de forma habitual con niños, jóvenes y adultos. Pues bien, su desafío radica en transmitir conocimientos con un lenguaje acorde a sus diversos públicos. Si los trata a todos igual, algunos no van a recibir su mensaje.
Como los receptores de la información son muy diferentes, el educador debe asegurarse que el contenido que desea hacer llegar sea el apropiado, y la forma de exponerlo, la correcta.
La empatía es otro factor a considerar. Y la defino como saber ponerse en el lugar del otro.
Dicho de una forma distinta, consiste en entender las dificultades que enfrenta una persona de cara al aprendizaje de nuevas habilidades, en este caso tenísticas.
No porque al entrenador algo le resulte fácil, significa que lo mismo será sencillo para los demás.
Creo fervientemente que un coach debe cultivar la humildad, en el sentido de reconocer cuando no sabe. No es ningún pecado no pronunciar la respuesta precisa e instantánea, ante una interrogante sorpresiva o fuera de lo común.
Antes de contestar cualquier cosa, es preferible comprometerse a averiguar la información para la próxima clase.
Nadie está obligado a sabérselas todas.
Y para usted, ¿cuáles son las características principales de un buen profesor de tenis?
Arturo Núñez del Prado
Profesor de Tenis
Periodista