A propósito del reciente día de la madre, recordé que siempre me ha gustado el tenis femenino, pero nunca me había preguntado bien por qué.
Concluí que es porque se trata de un tenis distinto. Uno que al ser menos veloz y violento que su símil de la rama masculina, permite que el protagonismo sea asumido por otros recursos.
Entre las damas los peloteos son más largos. Hay que construir o trabajar la mayoría de los puntos, por cuanto los aces y winners no predominan.
En ese escenario, cobra vital importancia la táctica y la variedad de golpes. Pero también la garra, la pasión y el coraje.
Si hago memoria, hay recuerdos que afloran de inmediato, vinculados a potentes figuras femeninas del deporte blanco.
Durante mi adolescencia, la que reinaba en el circuito era Steffi Graf. Su lanzamiento para el servicio era muy alto; su revés con slice, una marca registrada; su juego de pies, inmejorable, y su profesionalismo, un ejemplo.
Además, como en un cuento de hadas, contrajo matrimonio con André Agassi, uno de los mayores astros del tenis mundial.
¡Cómo olvidar a Mónica Seles! La serbia, de grito inconfundible al impactar la bola, fue número uno del orbe.
Su caso espeluznó al planeta, cuando fue apuñalada en la espalda por un espectador, durante uno de los descansos de un partido.
El ataque le ocasionó depresión, ansiedad y bulimia. Dos años después retornó a las competencias obteniendo triunfos relevantes, pero ya no era la misma.
Eso importa poco. Lo esencial es que volvió, y con eso derrotó al miedo y los fantasmas de esa agresión cobarde. Esa fue su mayor victoria, a mi entender.
El de Jennifer Capriati es otro nombre ilustre que se toma mi memoria por asalto. Esta jugadora estadounidense, que se hizo profesional con menos de 14 años, tuvo un deslumbrante recorrido plagado de títulos.
Sin embargo, las juergas nocturnas y una detención por el robo de dos anillos en una joyería, la hicieron abandonar el tenis. Luego de ese oscuro período, reingresó al circuito para brillar a la altura de sus mejores días.
Garra, pasión y coraje es lo que les sobraba a estas estrellas del firmamento tenístico femenino, cuyos nombres quedaron grabados a fuego en mis recuerdos, y en la historia del deporte que las catapultó a la fama.
Determinación también fue lo que exhibió hace bastante tiempo mi madre, cuando se propuso pasar de Primera a Honor.
Lo consiguió cerca de un año después tras muchos torneos, a los 46 años, bajo el sol inclemente de un tórrido día de verano, en una cancha seca, sin más compañía que su rival.
Garra, pasión y coraje derrochan siempre las mujeres en este país, y en el mundo entero.
Las famosas y las anónimas.
Todas.
Arturo Núñez del Prado
Profesor de Tenis
Periodista
arturondp@gmail.com