Hace muchos años, fui profesor de tenis de un club en el que los socios ingresaban a la cancha y pasaban, despreocupadamente, por detrás de quienes jugaban sin esperar a que el punto se hubiera terminado.
Durante los partidos eso sucedía de manera reiterada, pero continuaban jugando como si eso no los desconcentrara en lo absoluto.
Nadie se molestaba por eso.
Para los niños y adultos de esa entidad, la situación era totalmente normal.
Yo nunca había visto algo así, por lo que miraba atónito lo que ocurría.
Luego de reflexionar bastante, comprendí que ese hábito formaba parte de la cultura de la institución, ya que era una costumbre aceptada por todos.
La cultura de cada organización se vincula a un cierto modo de hacer las cosas. Es vasta, particular y tiene el poder de moldear a sus miembros.
En el club donde crecí, se disputaba anualmente un tradicional campeonato de tenis por equipos.
A través de ese torneo aprendí que el trabajo en conjunto resulta vital, y que el respeto por los compañeros junto a la solidaridad, constituyen los pilares para conseguir triunfos.
Esa entidad también me inculcó disciplina: nadie se bañaba en la piscina sin una buena ducha a la entrada, bajo la supervisión del encargado.
En ese club, todos los fines de semana se armaban entretenidos partidos de baby fútbol, que incluían a socios, pasadores y cancheros.
Y si faltaba gente, invitábamos a personas conocidas que vivían cerca.
En esa institución, aprendí que se debe saludar al hacer ingreso a un camarín o vestuario, y también descubrí el valor de la amistad.
Los mismos amigos con los que jugaba tenis, eran también los compañeros siempre dispuestos para pichangas y tardes de piscina.
En el verano, solo volvía a mi casa a almorzar. El resto del día lo pasaba en el club.
Con estos ejemplos quiero destacar, todo lo que me transmitió la organización deportiva donde transcurrió mi infancia.
Los valores de los que me impregné eran propios de la cultura de ese club, y se transformaron en piedras angulares para mi formación como persona y tenista, lo que agradezco hasta hoy.
Por eso, considero extraordinariamente relevantes a este tipo de instituciones.
Crecí en el Club Suizo, un reducto minúsculo en comparación a otras entidades del mismo rubro.
En esa época, sus instalaciones deportivas comprendían tres canchas de arcilla, frontón, cancha de baby fútbol y piscina.
Pero para mí, el Club Suizo representaba mucho más que eso.
Era como mi casa.
Arturo Núñez del Prado
Periodista
Profesor de Tenis
arturondp@gmail.com