Cuando otra persona nos falta el respeto, poco se puede hacer. Son sucesos que escapan a nuestro control, que resultan desagradables y no se pueden borrar.
Pero no hay nada peor que faltarse el respeto uno mismo, porque eso ocurre por decisión propia.
Y eso fue lo que creo que hizo Juan Martín del Potro: se faltó el respeto a sí mismo.
Me dio pena verlo jugar en una pierna, con cero movilidad, siendo una sombra, un remedo, del enorme jugador que alguna vez fue.
El último recuerdo que dejó entre todos los aficionados, que llegaron en masa a verlo contra Federico Delbonis, no está a su altura.
Del Potro no fue justo consigo mismo, ni con su carrera.
Entró al court sabiendo que no tenía ninguna posibilidad de ganar. Y lo que es más grave, teniendo claro que ni siquiera estaba en condiciones de competir.
Si quería despedirse en una cancha, perfecto. Lo podía hacer en una, o varias exhibiciones, cuya exigencia resulta menor.
Pero no tenía para qué exponerse a una derrota inapelable en un torneo ATP, nivel para el que ya no se encontraba apto.
Muchas dirán que Juan Martín del Potro se había ganado el derecho a hacer lo que le viniera en gana, y jugar donde quisiera.
Estoy de acuerdo. Eso no está en discusión.
El punto es que fue triste verlo. Para mí, su historia merecía un final distinto.
Pero él quiso otra cosa.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com