Se jugaba el tercer set de la primera ronda del Abierto de Australia 2022, entre Diego Schwartzman y Filip Krajinovic, cuando el argentino sufrió molestias físicas.
Entonces, solicitó asistencia médica. Mientras esperaba en su silla, su cuerpo técnico le indicaba, para ayudarlo, que elongara.
Al oír esa instrucción, el trasandino respondió con mal tono, a mi juicio, que dejaran de decirle qué hacer, si ni siquiera se podía mover.
Al reanudarse el juego, su equipo de trabajo continuó animándolo, para que lograra el triunfo, lo que consiguió.
La situación descrita me recordó una similar, ocurrida hace años.
Entre un punto y otro, una jugadora se dio vuelta hacia las tribunas para cuestionar de forma directa a su coach. Le manifestó con fastidio, de manera fuerte y clara, que lo planificado en lo táctico, no le estaba sirviendo de nada en el partido.
Pero aquí viene una diferencia sustancial, respecto al episodio protagonizado por Schwartzman.
En el segundo caso, el entrenador de la jugadora tomó sus cosas y desapareció de las graderías discretamente, al verse interpelado en público.
¿Hizo bien el coach al retirarse? ¿O debió quedarse, como el cuerpo técnico del argentino?
Creo que depende cómo define el respeto cada entrenador, junto a lo que considera ofensivo. Eso se ve reflejado en lo que está dispuesto a tolerar en su trabajo.
Yo tengo claro lo que hubiera hecho. Pero mi decisión no importa mucho.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com