Sé que parece raro lo que voy a decir, y que muy pocos van a estar de acuerdo conmigo. Sin embargo, lo voy a decir igual.
Me cuesta entender a los jugadores que tras perder una final, se muestran tristes, abatidos.
No pido que estén eufóricos si fueron vencidos, pero no al borde del llanto. Resulta importante mantener el equilibrio, tanto en el triunfo como en la derrota.
Creo que llegar a una final, tiene que ser causa de una inmensa alegría.
Pienso que los partidos ganados durante la semana, debieran ser suficiente motivo de satisfacción, sobre todo si no se llega a instancias decisivas de forma habitual.
A mi entender, el jugador que cayó en una final tiene que sentirse agradecido de la semana vivida, enfocado en lo que obtuvo, no en lo que le faltó, pues casi siempre va a faltar algo.
La realidad casi nunca es perfecta. Hay que acostumbrarse a eso.
Pareciera que para estar contentos, necesitamos que todo, todo, todo, absolutamente todo, salga como deseamos.
“Le exigimos tanto a la felicidad, que la hemos vuelto imposible”, dice una frase que me impactó mucho cuando la leí, y cuyo autor desconozco.
No me parece razonable que una derrota, en el último partido de un torneo, sea como para sentirse desdichado, ni menos como para que otros le den una suerte de pésame al jugador por haber perdido.
La vida puede dar golpes bastantes más duros que ése y si no lo tenemos claro, entonces pecamos de falta de gratitud.
Y eso es bastante más grave que perder un partido. Aunque sea en una final.
Arturo Núñez del Prado / Profesor de Tenis / Periodista / arturondp@gmail.com