Por estos días, en Chile no existe casi nadie que no haya creído siempre, y ciegamente, en Cristian Garin (así se escribe su nombre hace poco).
Yo lo encuentro insólito, aunque me hicieron ver sabiamente que no es tan extraño, sino normal, ya que la mayoría se mueve hacia donde calienta el sol.
Eso me recordó un hecho que me marcó. Colo-Colo ganó la Copa Libertadores en 1991 en el Estadio Monumental, cuyo aforo bordea los 47 mil espectadores. Pues bien, tras la victoria del cacique y su coronación como monarca continental, se realizó una encuesta. Y, sorpresa, más de 250 mil hinchas afirmaron haber asistido al coliseo albo, aquella noche imborrable para el fútbol nacional.
Volviendo al tema de esta columna, yo soy de los escasos que sí tuvo dudas sobre Garin y su futuro. Lo reconozco. Lo veía perdido cuando cambiaba de técnico en forma reiterada. Tras su seguidilla de triunfos en los challengers de 2018, creí que le costaría más adaptarse a torneos y rivales de mayor envergadura. Pero me tapó la boca y lo celebro.
Cuando se supo que viajaría con Paul Capdeville, a más de alguno se le debe haber dibujado una sonrisa burlona en el rostro.
Este ex tenista criollo, de juego poco vistoso pero rendidor, nunca fue valorado como merecía por los aficionados locales. Por más que figuró entre los 80 mejores del planeta en el ranking ATP, algo que no logra cualquiera.
Y aunque no cuenta todavía con una sólida carrera como coach, supo sacar lo mejor del ex integrante de la academia de Rafael Nadal, durante la semana en que venció en Houston.
Mucho se habla del nuevo patrón de juego de Garin, lo que por cierto resulta muy relevante. Sin embargo, para mí, existen también otros aspectos esenciales, pero invisibles, que explican el actual momento del jugador nacido en el norte del país.
Una de esas claves radica en el estrecho vínculo forjado con su equipo de trabajo, y con el entrenador argentino Andrés Schneiter en particular.
Los buenos coaches saben casi todos lo mismo, pero es el tipo de relación que entablan con sus pupilos lo que marca una diferencia sustancial. Y en eso, el trasandino obtiene una nota sobresaliente.
Otro de estos pilares fundamentales, lo constituye el cambio de enfoque que el nacional le ha dado a su carrera.
“Confía en el proceso”, es una frase que he visto en sus redes sociales.
Esto denota que la seguridad en sí mismo, y la confianza en su cuerpo técnico, descansan en cimientos más sólidos que los triunfos o derrotas circunstanciales de cada semana. Significa que hoy existen convicciones que, gane o pierda, no se modifican.
Espero que Cristian Garin no se deje llevar por la presión de quienes quieren todo rápido, y desean verlo luego como top ten. Tiene que ir por más, lógico, pero tampoco creer que nada es bastante y no disfrutar el presente.
Siempre existirán aquéllos que desmerecen hasta los logros más incuestionables. He escuchado a algunos decir que Marcelo Ríos fue número uno del mundo, pero que permaneció muy poco tiempo en la cima, o que Chile llegó a la final de la Copa Davis, pero la perdió.
Todo siempre centrado en lo que faltó, y no en lo mucho que se consiguió. Como si se hubiera inoculado un inconformismo perpetuo, inhibidor de la capacidad de apreciar lo obtenido.
No tengo la receta de la felicidad, pero sé que por ahí no va la cosa.
Entonces a la larga, haga lo que haga, Garin siempre recibirá críticas, porque resulta imposible complacerlos a todos durante mucho tiempo.
Mejor que lo tenga claro.
Arturo Núñez del Prado
Periodista
Profesor de Tenis
arturondp@gmail.com