Javier Jiménez, de 18 años, es el tenista en silla de ruedas más joven de la selección nacional. Tras superar un cáncer óseo y la pérdida de una pierna, le dio un nuevo rumbo a su vida gracias a este deporte.
En la cancha se escuchan los rebotes de la pelota, pero no el chirrido de zapatillas. Los dos tenistas en el cemento cambian ese ruido por el de las ruedas. Y uno de ellos se llama Javier Jiménez, quien a los 18 años es el tenista en silla de ruedas más joven de la selección adulta.
El cáncer lo golpeó a los nueve y le obligó a darle un giro al deporte. Hoy dedica 13 horas por semana, de lunes a viernes, a practicar en el Club de Tenis del Estadio Nacional. “Estaba jugando a la lucha libre, recibí una patada y se me inflamó la pierna. Comencé a cojear, pero el golpe no fue tan fuerte”, recuerda. “Me diagnosticaron osteosarcoma (tipo de cáncer óseo) en el fémur izquierdo, sacaron parte de mi hueso e implantaron otro. Dos años después, encontraron células cancerígenas en mi muslo. Para que no se activaran en otros lados, me sacaron la pierna”, relata Javier.
El dolor duró poco. “Cuando supe que me iban a amputar, lloré de pena y rabia. Después de una o dos horas, mi chip cambió. Entendí que era mejor. Que podría andar con menos cuidado, y que si no lo hiciera me podría morir”, evoca. Y sin esa tristeza, el viñamarino trazó un nuevo camino. Fue el segundo mejor junior del país, 23º en el mundo, y hoy es 343º a nivel adulto internacional. Curiosamente, su senda deportiva comenzó en la nieve. “Con la fundación Niño y Cáncer, subí a esquiar a Portillo. Me gusta la sensación de adrenalina, pero es una vida en la montaña y es caro”.
Diversas experiencias lo acercaron al tenis. En su memoria, pareciera que su primer título fue ayer: “En el Puente Alto Open de 2014 gané el cuadro de consolación, torneo entre los que perdieron en primera ronda. Mis padres, mi hermana y unos tíos fueron a verme de sorpresa. Fue el mejor momento que viví”. Después, ganó un regional de dobles en Quillota y el campeonato internacional Antofagasta Open.
El tenista destaca que llegó a esas conquistas gracias a la Teletón. “Por ella empecé a jugar, a los 15 años. Me permitieron competir en torneos nacionales e internacionales”. Gracias a ese apoyo, además, lo observaron desde la selección hace tres años y lo confirmaron en el equipo adulto en enero.
Otro impulso fue la convivencia con gigantes del tenis. Hace tres años compartió en cancha con Nicolás Massú, David Nalbandian, Rafael Nadal y Novak Djokovic en el Club Español de Reñaca, en 2013. “Si no me equivoco, fue en una exhibición para la despedida de Massú. Por el tiempo y la cantidad de gente, sólo paleteé con ellos. Jamás pensé que haría eso algún día”, recuerda.
Pero entre las estrellas que ha conocido, Fernando González ha sido la más presente. “Él supervisa a la selección, y es humilde y cercano. No cualquier grande del tenis es así. En la última vez que supervisó me corrigió el saque, el lanzamiento y el revés”, dice, y luego resalta que “lo que más me marcó fue cuando nos invitó a mí y al resto del equipo a almorzar con su familia en el Club Hípico. Eso fue impagable”.
Además de aprovechar cada instante con el Bombardero de La Reina, también busca mejorar su desempeño con la obtención de una silla propia. “La que tengo es prestada del Club Winning Wheels, de Viña. Y pese a que puedo jugar en ella, uso un cojín de 20 centímetros de altura y me sobra espacio en el asiento. La idea es tenerla hecha a medida. Sin una silla así, no logro mi máximo rendimiento. Pero cuesta unos cinco millones de pesos, y busco apoyo para mi carrera”, sostiene el tenista, en busca de auspicios (hasta el momento tiene el de Babolat).
Jiménez también considera que le ha faltado participación fuera del país, ya que sólo se disputan tres torneos internacionales en Chile. “Me dan el puntaje para llegar a un ranking apto. Eso sí, ahora es posible que me den más torneos afuera”. Hasta el momento sólo ha disputado dos fuera del país, en Brasil y Argentina, alcanzando una final en el cuadro de consolación y otra en la cita junior.
Además de entrenar, Jiménez pretende estudiar kinesiología a partir del próximo año. “Lo puedo relacionar con el deporte, y lo veo también por el lado de ayudar gente en mi situación”, sostiene. Tuvo el ejemplo de Daniela García, médica fisiatra y autora del libro “Elegí Vivir” tras perder sus cuatro extremidades en un accidente ferroviario. “Ella era la máxima autoridad para mí, porque yo sabía que ella sabía lo que yo estaba viviendo. Me recomendaba algunas prótesis, me indicaba cómo usarlas”, dice Jiménez.
Sus vivencias inspiraron a Javier a ser embajador de la fundación Make-A-Wish, que busca conceder deseos a niños en riesgo vital. “Quiero mostrarles lo que pueden llegar a ser. Todo pasa por algo”, concluye. Su desafío recién comienza.